Cuando el cuerpo es la casa

Las criaturas enferman, lxs adultxs también pero eso no trasciende para este post. Las criaturas enferman y si bien me disgustaba que lo hiciesen en cadena esta vez se han puesto de acuerdo y es agotador. El cuerpo de la madre es finito, incluso para ella misma. Son finitos sus brazos, sus abrazos, sus besos y sus caricias. Lo son también sus miradas y sus oídos pues de repente no quieren verlo todo y oyen pero no escuchan. La madre empieza su propio diálogo y tal como fluye se automatiza, combinando aspectos prácticos de lo cotidiano circundante y preguntas trascendentales de la existencia: desde qué les preparo de almuerzo hasta ser madre y feminista es un oxímoron?.

Mientras tanto a la espalda se percibe movimiento movido, de los que prometen. La concentración vuelve a las pequeñas cosas, buena estrategia de evasión. Y p’alante.. así van pasando las horas del día hasta llegar la noche. La madre en cuerpo, no tanto en alma pues no sabe ya dónde la abandonó (el alma a ella, ojo), se prepara para la prueba nocturna. Organiza, prevee y estudia los posibles escenarios, no sea que se le escape cualquier detalle; manía de creer que se puede controlar todo.

A la camaaaaaaa (ahí ya va un por favor qué se termine ya esto). Y ahí vienen todxs, enfermxs y sanxs, al cuerpo de la madre. Cada unx con su película, se pide un trozo de cuerpo. La madre lo cede sin condiciones, sabiendo que es cuestión de minutos que caigan en el sueño, aunque sean muchos minutos, pero se dormirán, tarde o temprano, por propia gravedad. Qué maravilla cuando se abandonan todos los cuerpos, cuando la madre desaparece escurriéndose como una lombriz sin que nadie se dé cuenta y pensando en que nadie la toque ya más.