Hay que ser valiente. Hay que ser confiada. Hay que creerse a una misma, creer que se sabe, saber que los años te han dado un saber fundamentado en un hacer. Poner conciencia en la experiencia. Conectar con la pasión, o con lo que se acerca al orden del deseo en una misma. Se ha cocido mucho y la intuición apunta que hay que vencer los miedos. Llega el momento de presentarse al mundo de otra manera. Son días de reconocerse, de observarse desde un nuevo ángulo. La edad del punto de inflexión: o lo saltas o lo juegas.
Me pongo manos a la obra con una fecha límite, aunque fijada un poco arbitrariamente. Los días pasan y mi pregunta es: qué he hecho hoy por mi proyecto? Y de allí me fijo en el siguiente paso. Los trámites tienen algo de cómodo porque te llevan de uno a otro encadenadamente, y reconozcamos que encadenarse calma las ansias. Lo incómodo aparece cuando te preguntan de qué se trata tu proyecto. Las mariposas empiezan a volar en todas direcciones y aquello que era un motor claro se vuelve confuso y casi imposible de sintetizar. «No sabes venderlo», pienso… E inmediatamente me conformo con que los días van a ir poniendo en orden las ideas, porque cuando me decidí a emprender este camino lo tenía claro.